La ilusión del fin

A principios de la década de 1990, estábamos a punto de dejar atrás todos y cada uno de los signos de la guerra fría, quizá también todos los de la II Guerra Mundial y los de todas las revoluciones políticas del siglo XX. Pero lo hacíamos teniendo no la sensación de que la historia diera un salto hacia delante, sino más bien que se procedía a una reversión, a una reescritura hacia atrás de todo el siglo XX. A la velocidad que se sucedían los acontecimientos, parecía que no tardaríamos en volver sobre las huellas del siglo XIX y quizá llegar a la Alta Edad Media, aunque a una escala planetaria. Abundaban las reflexiones sobre el fin de las ideologías, el fin de la historia y el choque de civilizaciones… Era necesario preguntarse por el sentido que tenía en realidad esa formulación múltiple del «fin», sus estrategias fatales y examinar, tras pulverizarla, que hay en la idea de eterno retorno presente en las sociedades antiguas y modernas, y por qué se cumplía con tanto entusiasmo un trabajo de «luto» que equivalía a blaquear la atrocidad del siglo XX desde las revoluciones y el reparto del mundo entre las superpotencias, al genocidio, el extermino en los campos de concentración y la implantación implacable de un nuevo orden económico mundial neoliberal y globalizado.